
Vivimos en una sociedad acelerada, todos tenemos prisa por llegar a algún lado y cuando llegamos, hacemos todo a la carrera para salirnos de ahí y alcanzar a hacer más actividades. Al ir caminando por la calle y nadie se saluda, todos van pensando en sus propios problemas o huyendo de los mismos a través de un par de audífonos y música a todo volumen. Cuesta trabajo, dentro de la rutina, encontrar momentos para reír y más complicado todavía estar la mayor parte del día.
Un niño sonríe en promedio entre 300 y 400 veces al día, mientras que un adulto extremadamente alegre, sólo 100 y un adulto promedio entre 15 y 30 veces. ¿Qué nos hacen los años que nos quitan la sonrisa? ¿Nos contarán menos chistes o vemos más caras largas a nuestro alrededor? Estamos tan sedientos de encontrar formas de reír más que buscamos todas las maneras posibles, desde ir a un show de comedia, ver películas o videos, leer chistes, etc. Una buena carcajada es genial, reír hasta llorar y que te duela el estómago vale la pena, pero no deja de ser una alegría pasajera; el meollo del asunto es encontrar la forma de vivir en constante alegría.
Santo Domingo Savio le preguntó a Don Bosco cómo puede una persona llegar a la santidad, a lo que su profesor le contesta: “Estando siempre alegres”. Suena bastante fácil, y lo es, cosa de ponerse las pilas. Lo primero y más importante a tener en cuenta es, sabernos amados. El ser humano fue creado en el amor, para ser amado y para amar. Es cuando se aleja del amor que pierde el sentido de su existencia y por lo tanto su felicidad. ¿Y quién es la fuente del amor? Dios. ¿Y para qué existe Dios? Para amarnos. Él nos lo dice muy claro: “Eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo (Is 43, 4)”. Somos amados plena e infinitamente, ya sólo falta que nos hagamos conscientes y vivamos en consecuencia. Estando llenos de amor, todo lo demás pasa a segundo plano; los problemas parecen más pequeños; dejamos de cargar complejos porque nos sabemos perfectos a los ojos del creador; vemos a los demás con los mismos ojos que Dios y aprendemos a amarlos como él.
Y lo mejor tanto del amor como de la risa es su contagiosidad. Por lo tanto, si queremos vivir en un lugar con más sonrisas, nos toca empezar a repartirlas. Caminando por la calle, en el transporte público, en el trabajo o escuela, sonríe hasta que te duelan los cachetes. No importa si te ven con cara de bicho raro, poco a poco tu felicidad se irá propagando hasta que el bicho raro sea quien no sonríe. No hay pretexto, somos amados con el amor más perfecto, eso en sí mismo es fuente inagotable de felicidad, suficiente para nuestra vida y la de quienes nos rodean.
Sonríe, haz favores, ama. En lugar de enfrascarte en tu rutina, saca algo nuevo cada día. Encuéntrale lo divertido, y si no se lo encuentras, invéntaselo. Comparte tu alegría con los demás, y no sólo tu alegría, también tu tiempo, tus dones y tus bienes materiales. Da de lo que estás lleno, del amor infinito de Dios.
Yo una vez leí una frase que decía "La vida es como un espejo: si le sonríes, te devuelve la sonrisa, y si le gruñes, te gruñe de vuelta.
ResponderEliminarYo lo que digo es, ¡qué lástima por aquellos que esperan que sea el espejo quien les sonría primero!
Gracias por tu artículo ñ__ñ
Por eso hay que sonreír sin esperar estímulo ni respuesta :D
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