A ORAR SE APRENDE ORANDO

Mi mamá desde que yo era muy pequeña me enseñó a todos los días y todas las noches encomendarme al Niñito Jesús y a mi ángel de la guarda. Rezos cortos y sencillos que una pequeñita puede memorizar. Mi papá no nos dejaba prender el radio de camino a la escuela sino hasta después de persignarnos. Esta es una costumbre muy hermosa, y sería genial que todos los papás hicieran cosas parecidas con sus hijos, sin embargo a veces caemos en la rutina, en decir los rezos tan de memoria que ya ni sabemos lo que estamos diciendo.

¿Será acaso suficiente repetir monótonamente algunas palabras? ¡Por supuesto que no! Es como llegar al trabajo o a la escuela y saludar a la gente, con un simple hola y no dirigirles la palabra en todo el día. Así no se puede crear una verdadera relación. Con Dios pasa exactamente lo mismo, nos podemos santiguar al despertar o al pasar frente algún templo, pero para acrecentar nuestra amistad tenemos que hablar todos los días con él. 

Como seres humanos, para creer las cosas necesitamos verlas o sentirlas de algún modo, creo que esa es la razón de nuestra dificultad para la oración. Queremos ver a Jesús como vemos a las demás personas, nos cuesta trabajo hablar con alguien que no siempre nos contesta como estamos acostumbrados. Pero el hecho de que sea difícil debería ser una prueba de su valor. A orar se aprende orando. Sin embargo, creo que uno de los más grandes retos en la oración es aprender a escuchar. Muchas veces llegamos frente al Santísimo con una lista como la del súper. Nos arrodillamos y empezamos a enlistar todo lo que nos hace falta: salud, trabajo, amor, dinero, virtudes, etc. Si bien nos va, damos las gracias y nos retiramos. Claro que Dios da a manos llenas, pero él también tiene ganas de hablar contigo, por eso es necesario hacer silencio en nuestro interior y así poder escuchar.

Estamos acostumbrados a vivir en el ruido, en la velocidad y queremos que Dios actúe así, pero no siempre es el caso. Dios nos habla a través del silencio, a través de los acontecimientos o de otras personas, pero estamos tan ensimismados en nuestros problemas que muchas veces ni nos damos cuenta. El reto es saber estar en silencio, dejar de lado todos esos ruidos para poder escuchar la voz de Dios. Sería más fácil si Dios nos mandara un mail o un whatsapp o nos trazara por waze la ruta que debemos seguir en la vida, pero así no funciona y lo interesante de la situación es tener una relación tan estrecha con el creador que realmente nos comuniquemos, no sólo sea un pliego petitorio sin siquiera estar atentos a una respuesta.

Hoy te invito a tener cada día un encuentro personal con Dios, hay muchas opciones, lo puedes visitar en el sagrario, ir a misa, rezar la liturgia, el rosario, leer la Biblia… sólo hace falta que te decidas. A lo mejor en un principio sientes que no sabes lo que haces, o que le estás hablando a la pared; pero vas a ver que después de un tiempo verás los frutos. Santa Teresa en su autobiografía relata cómo a ella le era indiferente rezar, mas nunca dejó de hacerlo, y después de lo que ella consideró muy poco tiempo (20 años), logró ver los frutos hasta convertirse en una gran mística de la Iglesia. Sigamos el ejemplo de Santa Teresa, busquemos tener una verdadera conversación con Dios, habla, sí, pero también detente a escuchar y te prometo que sus maravillas en ti serán grandes.

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