
Recordemos qué pasó en esa cena
que cambió el rumbo de la historia, como nada lo ha hecho ni lo hará. Pareciera
que Jesús después de 33 años de estar haciendo locuras de amor (Jn 13, 1), quisiera
romper su propio récord. Llegan Jesús y los apóstoles al lugar donde celebrarán
la preparación de la pascua y empiezan las muestras de amor, Jesús les lava los
pies a sus discípulos. Ese era un trabajo denigrante, exclusivo de los
esclavos, sólo podemos imaginar la impresión que este gesto causó en los
apóstoles, pero así de grande era la enseñanza, en todo amar y servir. Vivimos
en una selva donde manda el más fuerte, quien tiene más poder e incluso quien hace
más trampas para conseguir sus objetivos, y ¡zaz! Viene Jesús y nos dice que
para ser grandes a los ojos de Dios debemos amar hasta que duela, y después,
seguir amando.
La noche sigue, todos disfrutando
de una buena plática y los ritos correspondientes a la celebración. Cuando
Jesús empieza a decir cosas raras, que un pan es su cuerpo y que el vino es su
sangre. Muy probablemente los apóstoles no entendían qué pasaba; ya habían
escuchado al Maestro dar todo un discurso después de la multiplicación de los
panes, cuando decía: “Yo soy el pan de vida…” (Jn 6, 1ss), pero seguían sin
entender plenamente el significado de aquellas palabras. Jesús no soporta la
idea de dejar a sus amigos solos y desamparados, así que se queda en el pan. Y
no sólo eso, también les da la orden de hacer ese mismo ritual para poder
hacerse presente entre los hombres mientras haya sacerdotes. Dos sacramentos en
uno, el Sacerdocio y la Eucaristía, certeza de que Jesús está siempre con nosotros.
Está en el ministro, quien con sus consejos nos lleva por el camino del bien, y
está en el pan y el vino. Él, a quien el universo entero no puede contener,
decide hacerse lo suficientemente pequeño para caber en tu boca.
2000 años han pasado desde
entonces y parece que no terminamos de comprender el concepto. La entrega de
Jesús es total, se hace presente cada día en la Hostia consagrada, está ahí en
el Sagrario esperando ansiosamente tu visita. Es ese amigo con quien
probablemente hablas diario o de quien sólo te acuerdas cuando Facebook te
recuerda su cumpleaños. Ve y visítalo, cuéntale tus penas, agradécele las
bendiciones y pon en sus manos tus proyectos. Ve a misa, si ya lo haces los
domingos, ahora intenta ir entre semana. Acércate a un sacerdote y pídele
consejo para guiar tu vida por el camino del bien. En la Eucaristía encontramos
el sentido de nuestra vida, es la muestra más grande de amor, es el amigo siempre
presente, es el milagro más maravilloso; pero, así como es asombroso, es
discreto, silencioso y paciente. El secreto para aprovechar al máximo este
regalo es estar en constante comunicación con el Maestro, sólo así comenzaremos
a ver la grandeza de su amor y nos dejaremos envolver por él.
Basta de ser católicos bajos en
calorías, basta de ver la Semana Santa como una oportunidad para salir de
vacaciones Aprovechemos estos días de recogimiento y oración para meditar sobre
las locuras de amor que Cristo hace todos los días por nosotros y responder con
la misma intensidad, es decir amar hasta el extremo.
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