
Empecemos, está Jesús orando en el huerto, consciente de que su hora ha llegado, le pide a sus apóstoles que oren con él. ¿Qué hacen ellos? Se quedan dormidos. Cuántas veces no vas a misa por tener "otras cosas que hacer" o pasas un día entero sin dar gracias a Dios, o crees que tus problemas los puedes resolver sin ayuda divina. Igual que los apóstoles nos dormimos en nuestra vida espiritual, creyendo que nosotros podemos hacer todo solos, olvidando que sin la ayuda de Dios, nada somos.
Llega Judas, le da el beso. ¡Qué escándalo! ¡Traicionar al maestro! Nosotros no vendemos a Jesús por 30 monedas de plata, lo vendemos por mucho menos... una cerveza, una mala amistad, un aparato... en fin, cambiamos al maestro por tantas cosas que los dan comodidad o placer.
Llevan a Jesús con Pilato, quien lo interroga, y para su sorpresa se da cuenta de su inocencia. Pero, por miedo a los judíos, no lo deja en libertad. Hemos escuchado infinidad de veces que Dios nos ama, nos ha dado pruebas de mil maneras diferentes, mas, por miedo al qué dirán, escondemos nuestra fe. Incluso nos queremos limpiar la conciencia diciendo que nos juntamos con tales o cuales personas pero no somos como ellos, hacemos las cosas a nuestra manera, pero vamos a misa los domingos... ¿te suena?
Mientras están juzgando a Jesús, Pedro quiere estar al pendiente y se queda cerca; busca un lugar donde calentarse, y cuando lo encuentra, quienes estaban ahí le preguntan si es uno de los apóstoles. Ya sabemos lo que pasa, Pedro lo niega. El mismo que reconoce a Jesús como hijo de Dios, por miedo a la tortura, ahora lo niega. Probablemente no nos tocará enfrentar el martirio, pero sí las críticas y las burlas; ¿estás dispuesto a aceptarlas por amor a Cristo?
Un dato interesante, dos apóstoles, Judas y Pedro, los dos le fallan al maestro, cada quien afronta la situación diferente. Judas no puede con su culpa y se ahorca, Pedro se arrepiente y se queda al frente de la Iglesia. Cuando fallas, ¿qué postura tomas? ¿Te levantas o te quedas hundido sin salir adelante?
Ya va Jesús cargando con la cruz, y los verdugos se desesperan por su lentitud. Se dan cuenta que las heridas son tantas que realmente ya no puede avanzar, por lo tanto, toman al primero que pasa para ayudarle a llegar más rápido a su destino. Simón de Cierene, solo iba de paso y le toca cargar la cruz. A lo mejor renegó, a lo mejor lo hizo con gusto, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es como cada uno de nosotros cargamos con nuestra cruz. A lo mejor quejándonos de las pruebas del día a día, o agradeciéndolas, siempre caminando.
Finalmente llegan al Gólgota y Jesús es clavado. Al pie de la cruz, estaban unas mujeres, María y el discípulo amado. Todos los demás habían dejado solo al maestro, menos esas mujeres fieles, su madre y el discípulo más pequeño. Así como a veces dudamos y caemos, también hay pruebas en las cuales nos mantenemos firmes en la fe, confiados en que el Maestro cumplirá sus promesas y saldrá victorioso.
Hoy te invito a pensar en todas esas veces que has sido Judas, Pilato, o tantos otros personajes no mencionados en este escrito. Y más allá, que trabajes en ser más como María y Juan, siempre fieles, sin importar el tamaño de la prueba, confiados en que Dios siempre dará la victoria a quienes se abandonan a él.
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