
Se ve complicado el panorama, ¿cierto? La verdad no debería serlo tanto, porque es ahí donde entramos los laicos. Muchas veces, al pensar en la Iglesia, nos imaginamos sólo a los padres y a los obispos y los hacemos los únicos responsables de todo lo que pasa en ella. Pero la realidad es otra. Somos más los laicos, por lo que podemos y debemos ayudar a la expansión del reino de los cielos. Nosotros llegamos a lugares a donde los sacerdotes y religiosos no pueden, empezando por el hogar. ¿Eres padre o madre de familia? Te toca dar el mejor ejemplo posible a tus hijos y a tu cónyuge. Eres estudiante, es tu deber ser el mejor estudiante y ayudar a tus compañeros tanto como puedas. ¿Ya trabajas? Es momento de dar siempre lo mejor de ti y buscar tu realización profesional, no a causa de los demás, sino con verdadero trabajo en equipo. De tal suerte que a quienes convivan con nosotros, de vernos tan felices se les antoje, y es ahí donde contamos nuestro secreto: Dios.
Si a tu testimonio de vida diaria le sumas la oración, verás como no hay dificultad que te pueda tumbar. Ya lo dice San Pablo en la carta a los filipenses: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Flp 4, 13). Teniendo una constante comunicación con Dios, seremos capaces de tomar decisiones que nos lleven a nuestra salvación y la de quienes nos rodean. Además, cuando sea el momento de la prueba, tendremos la confianza suficiente en nuestro Padre en que Él nos ayudará a salir victoriosos y con alguna virtud más desarrollada para nuestra salvación y servicio del prójimo.
Y si todavía ponemos la cereza del pastel y participamos en la pastoral de la parroquia, podemos contribuir todavía más a la construcción del Reino de Dios. Hay tantas cosas que hacer y a veces tan pocas manos. Dios te ha dado una gran cantidad de talentos y la Iglesia los necesita urgentemente. Arriba dijimos que poco más de mil millones de personas son católicas, pero sólo ¡alrededor del 10% va a misa los domingos! Necesitamos cada vez más de católicos apasionados con su fe, capaces de transmitir y contagiar la alegría del evangelio, que trabajen junto con sacerdotes y religiosos para hacer de este mundo verdaderamente un lugar mejor.
Dios te necesita para llevar esperanza y felicidad a quienes no la tienen. Ya tienes una infinidad de dones y virtudes, ¡no los desperdicies! ¡explótalos! El mundo está urgido de amor, y entre más llevemos ese mensaje, más rápido se propagará. A lo mejor lo tuyo es el cuidado de los enfermos, o a lo mejor la caridad, o tal vez te gusta proclamar su palabra… Esto es una de la muchas cosas que me gustan de la Iglesia, en ella todos cabemos. Sólo falta que te decidas a entregarte a ejemplo del maestro, hasta la última gota de tu sangre por amor a Dios y al hermano.
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