CRUZANDO EL SAHARA ESPIRITUAL

Encontrarse con Dios es lo más bonito que le puede pasar a una persona, alguien a lo mejor se encontró con él en un retiro, otra persona en misa, puede ser en un momento de oración, en fin, a Dios nomás le gusta que nos estemos encontrando con él. Y es genial, sentimos mariposas en el estómago, encontramos sentido a la vida, queremos comernos el mundo de un bocado. La gente nos ve y nos pregunta qué bicho nos picó o por qué de repente tan sonrientes. Sin embargo, por momentos pareciera que esa sensación tan hermosa poco a poco desaparece, como si se nos olvidara lo maravilloso del primer encuentro.

¿Por qué pasa esto? ¿Por qué pasado algún tiempo llegan frases como: "Ya no siento bonito cuando voy a misa", "Me da flojera rezar", "Antes estaba en un apostolado, pero ya no le encuentro sentido”…? Dejamos de sentir mariposas en el estómago y ahora sólo hay monotonía, sinsentido, pereza, etc. Muchas personas llaman a este fenómeno, desierto espiritual.

Vayamos comparando las similitudes entre los dos desiertos. Un desierto parece no tener fin, a donde quiera que se vea sólo hay aridez, montañas, arena… nada más. Igual, en el desierto espiritual, pareciera que los problemas son infinitos y en lugar de terminarse, se siguen acumulando. No importa a dónde volteemos no se logra ver una solución, ya sea el trabajo, la escuela, la familia, la situación económica, todavía no se sale de una, cuando ya nos caen otras tres.

Otro rasgo característico del desierto es la soledad; casi no hay vida, ni animal ni vegetal. De igual forma en el desierto espiritual, nos sentimos solos. Nadie nos entiende o de plano todos nos rechazan. Cuando deberíamos pedir ayuda, no lo hacemos, ya sea por miedo, falta de confianza o cualquier otra absurda razón, y eso nos imposibilita más para encontrar la salida a esta inmensidad de vacío. Y ¿por qué no hay vida en los desiertos? Por la falta de agua y alimento. Paralelamente cuando estamos en un desierto espiritual nos alejamos de la vida sacramental, de la oración. En nuestra desesperación no le encontramos sabor a la misa, “no nos nace” asistir y poco a poco nos vamos desnutriendo por no alimentar el espíritu.

Finalmente, en el desierto nos encontramos con espejismos. Visiones irreales, fruto de la imaginación. Siguiendo con nuestra comparación, en este punto podríamos hablar de todas aquellas salidas que nos prometen olvidarnos de los problemas; alcohol, televisión, internet, sexo… Al creer que ahí está la solución, nos esforzamos por alcanzarlos, y estando metidos ya en los vicios, nos damos cuenta de nuestro error.

Entonces, ¿será que todo está perdido? ¡Por supuesto que no! Puede ser que hayas entrado en un desierto espiritual porque Dios lo permitió para fortalecerte o puede ser que tú solo hayas caído ahí por alejarte del Creador. Sea cual sea la razón, hay una salida. Lo primero y más importante, ten paciencia. Como se dijo anteriormente, el desierto es inmenso, entonces no esperes salir de ahí de la noche a la mañana, debes trabajar arduamente para poder vencerlo. El mejor atajo son los sacramentos, haz un buen examen de conciencia y anímate a confesarte. No hay motivos para avergonzarse, Jesús te está esperando en la persona del sacerdote para recuperar tu amistad. Ve a misa, por supuesto todos los domingos, pero si puedes entre semana, no te vas a empachar. La escucha de la Palabra de Dios y la Eucaristía son las mejores armas contra el enemigo. Ora, ya sea que visites al Santísimo o en cualquier otro lugar. Platica con Jesús, cuéntale tus anhelos y tus preocupaciones, él espera con ansias que lo busques.

El desierto espiritual es un prueba bastante difícil, pero si estás ahí, no te desesperes. Recuerda que el seguimiento a Jesús no es porque sentimos bonito, es una decisión de todos los días, y lo es hasta las últimas consecuencias. A veces irá todo como miel sobre hojuelas, a veces nos tocarán las espinas en lugar de las rosas, lo importante es nunca perder de vista al Maestro, quien ya nos lo prometió: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)”.

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