
Un miedo bien encauzado nos puede llevar a muchas cosas buenas, por ejemplo, el miedo a quedarnos estancados nos motiva a estudiar y trabajar para salir adelante, o el miedo a tener alguna enfermedad crónica nos lleva a hacer ejercicio y comer balanceadamente. Entonces, ¿por qué el miedo tantas veces tiene connotaciones negativas? Como casi todo en la vida, los excesos son malos, y el miedo no es la excepción… Cuando permitimos que nuestro miedo nos paralice es cuando se vuelve un verdadero problema. Supongamos que una persona tiene miedo al fracaso, pero en lugar de que eso la lleve a echarle muchas ganas a sus proyectos, mejor decide no emprender nada y así nunca fallar. Es ahí cuando el miedo es un problema, cuando nos paraliza o nos incapacita para nuestra felicidad.
Entonces, ¿qué hacer para no dejarnos vencer por el miedo? En primer lugar, admitiendo que lo tenemos e identificando a qué. Nadie puede decir que no tiene miedo, porque estaría mintiendo. Por lo tanto, no te avergüences, analiza tus motivaciones e identifica si hay algo que no te deja realizarte o seguir alcanzado tus sueños. Una vez teniendo claros tus miedos, busca superarlos poniéndote de frente a ellos. Por ejemplo, si te dan miedo las alturas, cruza los puentes peatonales, o si tienes pánico escénico, busca lugares donde puedas dar pequeñas charlas y así poco a poco se irá superando.
Sin embargo, hay miedos “pequeños” como a los bichos, y hay miedos mucho más grandes como quedar completamente solo en la vida. ¿Cómo hacerle para superar los grandes miedos? La tenemos muy fácil, poniendo nuestra vida en manos de Dios. Viene a mi mente el pasaje cuando Jesús camina sobre las aguas. Imaginemos el escenario, Jesús acaba de multiplicar los panes, es decir, sus discípulos acababan de ver una señal clara del poder del maestro. Terminando la jornada, Jesús los manda al otro lado del lago de Genezareth mientras él se queda a platicar con su padre, los discípulos obedecen, y a medio camino se desata una terrible tormenta. Llenos de miedo porque estaban perdiendo el control de la barca, ven una figura acercándose a ellos. ¡Claro! Como si la situación no estuviera lo suficientemente complicada, agrégale un fantasma a la ecuación. Pero no era un fantasma, ¡era Jesús! Y Pedro, con lo impulsivo que es, le pide al maestro le ayude a él también caminar sobre las aguas. Jesús le concede su petición, y, aunque al principio todo iba bien, a medio camino Pedro se empieza a hundir. ¿Por qué? Porque dudó, dejó de ver a Jesús y se concentró en su situación.
Más de una vez nos pasa lo mismo que a Pedro, decimos confiar en Dios y poner todo en sus manos, pero al momento de los trancazos, dudamos, creemos que Jesús nos abandona y es cuando, al igual que Pedro, nos hundimos. Nunca dejes de mirar a Jesús, no importa si estás pasando por una prueba muy complicada, no importa si todo parece perdido, ten confianza de que Jesús siempre está al pendiente de ti.
Pedro exclama: “¡Señor, sálvame!” y Jesús le tiende la mano y lo sostiene. ¡Aquí está la prueba! Aunque a nuestro alrededor sólo veamos oscuridad y vientos, estemos seguros que Jesús está ahí listo para tendernos la mano y sotenernos, sólo nos pide dos cosas, estar firmes en la fe y nunca quitar nuestra mirada de él.
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